Mercedes
es el tigre y Juana la Capiguara. Todas las tardes, luego de haber cumplido con
sus tareas y los deberes del hogar, se “champan”
(sumergen) en las refrescantes aguas del el río Ichoa. Y a nadar de aquí para allá,
contrarrestando el calor que reina en la comunidad de Santiago, en el
Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure, TIPNIS. Intentan no mojar
su cabello que está recibiendo un tratamiento con aceite de motacú. “Uhú”...
“uhú”... “uhú”... dice Juana imitando a la capiguara mientras Mercedes hace un
gruñido, enseña sus manos como garras y se champa
en el agua para perseguir a su hermana, en un entretenido juego infantil.
Don
Cecilio y Dña Rosa, padres de las 2 pequeñas y otros 5 hijos más, recuerdan
cómo se evitó que en el pueblo de Santiago, los agentes del gobierno ingresen a
imponer la tardía y fraudulenta consulta sobre la carretera que partiría el
TIPNIS. Mientras don Cecilio y Doña Rosa se encontraban en la IX marcha, rumbo
a La Paz, un helicóptero intentó aterrizar en la cancha de Santiago, su hija
mayor, una adolescente de hermosos ojos rasgados y mirada decidida juntó algo
de pastos secos e inició una enorme fogata, que alertó a la comunidad y evito
que la nave aterrice en una comunidad que ha dicho decididamente NO a la
consulta ni a la carretera.
Hay mucha
gente joven en Santiago y muchos niños, nadie quiere que la carretera
intervenga su territorio. Muchos de los habitantes de la comunidad no han
terminado la escuela, Don Cecilio nos pide que le enseñemos a utilizar la
calculadora para no ser engañado cuando compra el combustible en Trinidad para
impulsar con un “peque-peque” (un pequeño motor) el “casco” (canoa) en el que
se transporta la gente de las comunidades del TIPNIS. Este hombre tiene la
modesta actitud de alguien que no sabe mucho, que no conoce mucho, que no ha
estudiado; pero sabe lo que ninguna universidad enseña: el valor del territorio
y su forma de vida. Sabe además en qué remansos se juntan los peces, cómo se comporta
la palometa, la boga, el surubí, el machete, los yayuses, blanquillos y paletudos, sabe
reconocer las pisadas del tigre, el asedio de los troperos, el rumor de los
manechis, reconoce el olor del surazo y sabe adivinar la lluvia y los vientos.
Sabe que nadie va a venir a “civilizarlo” y a decirle cómo tiene que vivir...
sabe cómo defender su territorio... su “Loma Santa”, concepto en que se funden
la historia y el mito de su civilización: la búsqueda de la tierra sin mal, de
un lugar encantado que no se inunda y donde pueden vivir de su entorno y en
relación con la naturaleza, pescar, cazar y hacer chaco para comer, no para
lucrar. Sabe que lo plurinacional no es solo una palabra bonita en una
constitución.
El
psiquiatra Frantz Fanon decía respecto a la revolución africana, que no bastaba
con que los negros tomen el poder y administren el mismo Estado colonial, sino
que éste debería ser desmantelado. Lo mismo puede decirse del “Proceso de
cambio”, porque no sirve de nada que un indígena tome el poder, si éste va a continuar
el legado colonial de “civilizar” y convertirnos a todos en ciudadanos
occidentales y modernos convenciéndonos de nuestra condición de “pobres” y
“subdesarrollados”. Los Mojeños, los Chimanes y Yuracarés tienen el derecho de
reafirmar en su territorio su propia vida y condiciones de existencia, no
porque lo diga la ONU o la OIT, o porque al “estado plurinacional” se le ocurra
consentirlo, sino porque así lo autodeterminan ellos mismos y así han vivido
siempre. Porque Mercedes no quiere ser Sahakira ni Lady Gaga, Juana no quiere
ser Katty Perry, quieren seguir siendo el tigre y la capiguara.
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